"Para ti, que llegaste de repente y cambiaste el argumento de esta historia y el de mi vida."

domingo

(Me pasa)

Me pasa el verano.
Me pasa el calor, las noches más cortas, los días más largos.
Me pasa el mes de agosto, que me llama desde invierno, y me grita: ¡cuidado, que ya llego!
Me pasa él, y toda su esencia.
Me pasa que le miré y no fui capaz de no de caer.
Me pasan sus ojos, azules, como el mar en verano.
Y es que me vuelve a pasar el verano.
Con sus días y sus noches sin dormir, porque pienso que es él, que él es mi verano. Me pasa que, al cerrar los ojos, aparece su cara. Me pasa todo, y no me pasa nada.
Y vuelve a pasar el verano. Con su mar, su sol, su calor, sus días interminables. Me pasa que llega el verano, y no consigo olvidarte.
Me pasas tú, y no sé cómo se pasa.

sábado

Nonna

El día que mi abuela se fue hacía calor. Era verano. Su estación. Porque ella había nacido en verano, como yo. 
Cuando sabes que ha llegado el momento de despedirte de alguien, no sabes cómo hacerlo. Nunca estuve tan nerviosa en mi vida. Sabía que había llegado el momento, sabía que iba a ser la última vez que la iba a ver. Y estaba nerviosa. Nerviosa y enfadada. Estaba enfada con ella, porque se iba. Y yo no quería que se fuese. Soy egoísta, soy egoísta porque no quiero despedirme de la gente que quiero. No sólo quería a mi abuela. La admiraba. Admiraba su sabiduría. Su valentía. Su tenacidad. Su belleza, la exterior y la interior. La admiraba tanto...
Me quejaba de mi abuela. Por su mal carácter, porque me reñía sin razón, porque no quería aceptar que el mundo estaba cambiando... Nos peleábamos y la quería. Porque me planteaba retos. Retaba a mi parte más inmadura. A esa parte que yo no quería dejar crecer y que, gracias a ella, lo hizo.
El día que mi abuela se fue era un miércoles. Mi mano tembló al apoyarse sobre el pomo de la puerta. Respiré, contuve las lágrimas, aguanté, y entré para despedirme. Y cuando entré, dispuesta a decirle que la iba a echar de menos, que la quería, que no se fuese, que se quedase conmigo... No pude. Me senté a su lado y observé, por última vez, a la mujer más bella que nunca he conocido. ¿Cómo es posible que alguien que está a punto de enfrentarse a la última batalla siga sonriendo? No encontré respuesta. Pero sonreí. Sonreí con ella. Sonreí por ella. Quería demostrarle lo que no era capaz de decir. Mi abuela bromeó. Bromeó y supe que había llegado el momento. Cuando me incliné para darme el último beso, intenté susurrarle, intenté decirle pero, una vez más, la emoción, el enfado, y todo aquel torbellino de sentimientos me traicionó. Pero cuando miré aquellos ojos por última vez, creo que lo supe. Creo que no me hizo falta nada más. Miré a mi abuela por última vez. Ella se despidió de mí como si no fuera a pasar nada, como si nos fuéramos a ver al día siguiente. Y salí de la habitación, sin decir adiós.
No pude decirle adiós en aquel momento, ni soy capaz de decirlo a día de hoy. Y no creo que nunca lo haga. No me gustan las despedidas. No me gusta la palabra "adiós". No me gusta saber que esa palabra implica que nunca más te veré.
Mi abuela se fue un miércoles por la noche. Una noche de verano. Hacía calor. Y ella nunca vino conmigo a la playa. Pero iremos, algún día, en algún momento. En un sueño, en cuento, en un pensamiento, en una canción, en una película... 
Algún día recuperaremos tu boina roja, te lo prometo.


(Siempre que vuelvo me acuerdo de ti. Siempre. Aunque, en realidad, sé que siempre estás conmigo; y gracias por estar, siempre.)

jueves

Para mi mejor amiga (II)

Dicen que la distancia es el olvido, y sin embargo me alegro de que en este caso no sea así. ¿Cómo podría olvidarme de la persona que, desde el momento en que nos conocimos, me demostró que se puede ser tan grande?

Te quiero y te admiro Te quiero por que me entiendes, me aconsejas, me riñes cuando no hago las cosas bien, porque confías en mí, y porque haces que confíe en ti, porque te ríes conmigo, y porque lloras conmigo. Y te admiro por esto y por mucho más. Porque te levantas en los peores momentos. Porque tu mejor arma es una sonrisa, y a la mierda los problemas. Porque ves siempre el lado positivo a todo. Por que eres, simplemente, una amiga de verdad.

En algún momento de mi vida debí hacer algo muy bien, y la vida me lo recompensó poniéndote en mi vida. Gracias por dejarme formar parte de la tuya. Me siento afortunada y orgullosa de poder llamarte amiga. Afortunada y orgullosa de tener una amiga como tú. Ojalá el mundo se pareciese un poco más a ti, todos serían mejores personas.

Gracias por estos años de amistad. Gracias, gracias y mil veces más gracias. No puedo explicar con palabras lo que significas para mí, y sin embargo, me basta con decir que eres mi amiga. Me basta y me sobra. Y gracias otra vez.

Feliz cumple, por cuarto año, pero no último. Que los cumplas muy feliz, amiga.

miércoles

I

Un abrazo.
A veces todo lo que necesitas es eso, lo más fácil y sencillo del mundo: un abrazo. Muchas veces con  el simple gesto rodear a alguien con tus brazos puedes ayudar a curar muchas cosas.
Un abrazo habla por sí sólo. En un abrazo transmites tus sentimientos. Con un abrazo curas. Con un abrazo quieres. Con un abrazo consuelas. Con un abrazo apoyas. Con un abrazo amas.
Esas ocasiones en las que sientes que el mundo se viene encima, que parece que todo a tu alrededor se viene abajo. En esas ocasiones en las que estás roto por dentro. Ese momento en el que necesitas alguien que recoja los pedazos restantes y te ayude a recomponerlos.

A veces, simplemente, con un abrazo, ese gesto de acercarte a alguien, estrecharle entre tus brazos… Ese gesto es más poderoso que mil palabras y actos juntos.

Para mi mejor amiga

Toda la vida hemos escuchado aquello de la media naranja, el alma gemela o el compañero de viaje. Esa persona que te rompa los esquemas y siempre lleves en tu corazón. Y por algún motivo, damos por hecho que esa persona no es un amigo. Yo tengo que deciros que se equivocan.

Hace cuatro años tuve la suerte de conocer a una de esas personas que sabes que van a estar siempre en tu vida, en los malos y en los buenos momentos. Tuve la suerte de conocer a la persona a la que hoy llamo mi mejor amiga. Pocas veces me ha pasado sentir tanta confianza, sentirme tan cómoda con alguien apenas después de conocernos. Y con ella me pasa.

Siempre que alguien me pregunta cómo es mi mejor amiga digo que se parece a mí. Pero lo que en realidad quiero decir, es que yo quiero parecerme a ella. Patri tiene el pelo negro, con canas de vez en cuando, señal de que siempre tendrá un pelo fuerte; tiene los ojos grandes y marrones, pero un marrón bonito, un color miel al sol; tiene la nariz y las mejillas cubiertas de pecas. Y tiene la sonrisa más grande y sincera del mundo.

Siempre sonríe, ya sea con la boca o con los ojos. Y las veces que la he visto llorar, os aseguro que he tenido que contenerme las lágrimas. Es de esas personas inteligentes que se aprende todo lo que entra en un examen el día antes y saca una notaza. Nunca se rinde, nunca. Y mira que ha tenido ocasiones en las que estaba permitido caerse, pero no, ella siempre se ha levantado. Y a día de hoy, sigue en pie.

Nos entendemos con una mirada, y muchas veces desearía tenerla aquí conmigo. Y el miedo que he tenido de que nuestra amistad acabase, no os lo imagináis. Pero nunca me ha abandonado. Ha estado conmigo en dos de los momentos más horribles de mi vida y en vez de decirme que todo iba a salir bien, simplemente no decía nada, y sabía hacerme olvidar, durante unas horas, todo lo que había pasado.

Es por eso que la admiro, que la quiero, que le agradezco que sea mi amiga, que le agradezco que siempre tenga una buena respuesta para mis preguntas, o una palabra que me ayude a aclararme. Es por eso que le quiero dar las gracias por ser mi amiga, y por ser una persona tan fuerte y tan llena de magia.


Te quiero mucho patito, feliz cumpleaños.

viernes


Es difícil expresar cómo me siento. Pero más que difícil, es doloroso. Por que duele, y mucho. Está escondido en algún lugar, bien al fondo, donde apenas puedo verlo. Pero sí lo noto. Noto como araña, como corta, como quiere salir. Lo noto cada vez que cierro los ojos. Cada vez que quiero dejar de pensar. Y duele, duele muchísimo. Y no te puedes imaginar lo difícil que es. Lo difícil que es intentar olvidar todo ese dolor, no sabes cuanto me duele cada vez que intento borrarlo de mi cabeza y, sobre todo, borrarlo de mi corazón. Y no me lo pones fácil.  Nada fácil. No puedo olvidar el dolor que me produce sentir todo esto cuando lo único que haces es aparecer una y otra vez para recordarme que ese sentimiento sigue ahí. Y duele. Duele mucho.

jueves


Todo empieza en el silencio. El origen de todo está en el silencio. En ese momento en el que no escuchas más que tu respiración, más que el latido de tu corazón, el temblor de tus manos. El silencio es el comienzo de todo.

Al silencio le sigue un movimiento, un pequeño y mínimo movimiento. Un gesto, un roce, una caricia, un parpadeo, un susurro… Un detalle que, al cabo del tiempo, sólo tú recuerdas.

Tras ese primero movimiento, viene la expresión. Llega la sonrisa. La sonrisa de una persona. La sonrisa de esa persona. La sonrisa de una persona es su firma, es su sello, es su identidad. La sonrisa de una persona nunca cambia. A veces es una sonrisa feliz, otras una sonrisa de resignación, otras una sonrisa de fingir. Pero esa sonrisa, es la firma de que una persona será siempre ella misma.

Tras la sonrisa, llegan las palabras. Nunca son las mismas. Van desde un saludo hasta un nombre. Y siempre acompañadas de un contacto. Un apretón de manos. Un rápido abrazo. Un par de besos en la mejilla. Empieza el peligro.

Después del silencio, después del movimiento, y después de la sonrisa, ya lo sabes. Quizás no estás seguro. Quizás lo estás. Quizás lo sientes. Quizás lo empiezas a sentir. Pero, en ese silencio, en ese movimiento, en esa sonrisa, está el origen. En todo esto está el origen del primer amor.

domingo

Quilómetros que matan


No lo entiendo. De verdad que no puedo entenderlo. Explícamelo. Ayúdame a entender por qué lo haces. Explícame como, durante cinco meses, estando a 1186 quilómetros de distancia, en diferentes zonas horarias, en diferentes países, te comportas conmigo como si fueras la mejor persona de este mundo. Apoyándome, ayudándome, haciéndome reír, contándome secretos… Y vuelves, después de todo, y te comportas como si fuéramos dos extraños. Te juro que no lo entiendo. Y lo peor es lo mucho que me duele tu comportamiento. No sabes el daño que me haces que me ignores, que no me hables, que actúes conmigo como si no nos conociéramos, que no me preguntes “Oye, ¿cómo va todo?”. De verdad, no lo entiendo.

No entiendo como 1186 quilómetros eran mejor que vivir a 500 metros el uno del otro. No entiendo por qué. Y no sé si quiero entenderlo. No sé si quiero oír explicaciones, o excusas, o lo que sea. Lo único que entiendo es que, como siempre, al final yo soy la que sale perdiendo. Y eso me duele más que nada.

lunes

Para mi Nonna


Te echo de menos.

Mucho.

No, mucho no.

Muchísimo.

Es ridículo, ¿sabes? Te llevo echando de menos estos dos años que no has compartido conmigo. Cada día, un pequeño detalle me recordaba a ti. A veces olía tu perfume en alguien, otras veces oí hablar de Italia y se me encogía el corazón, cada vez que alguien mencionaba a su abuela, me entraban ganas de llorar. Y es que, aunque hayan pasado dos años, sigo sin hacerme a la idea de que te has ido. Hay días que incluso quiero preguntar “¿qué tal está la Nonna? ¿has hablado con ella?” o días en los que simplemente me apetece ir a tu casa, sentarme en el sofá y que me cuentes alguna batallita que te ha ocurrido. Duele. Duele mucho. Duele saber todo lo que te estás perdiendo. Porque te estás perdiendo tantas cosas. Te estás perdiendo dos nietas, una a la que llegaste a conocer, otra a la que no. Te estás perdiendo como crece Alba, como cambia, como cada vez se hace mayor. Te estás perdiendo los cumpleaños de tus hijos, las canas de los tres, los problemas del trabajo. Y te estás perdiendo lo que me pasa a mí.  Te estás perdiendo que me han roto el corazón una vez y alguien me lo ha conseguido recomponer. Te estás perdiendo que ya puedo conducir, como tú querías. Te estás perdiendo que, quizás, por fin me vaya lejos de aquí. Te estás perdiendo un montón de cosas que querría haber compartido contigo.

Y no quiero ¿sabes? No quiero olvidarte. No quiero pensar “se ha ido, no va a volver”. No quiero darme cuenta de que nunca más me volverás a dar un beso de buenas noches, que nunca más me volverás a contar como tu padre te sacó de aquel internado y tú perdiste aquella boina roja, que nunca más volveré a oler tu perfume. No puedo. No puedo dejar de echarte de menos. Y no soy capaz de llenar el hueco que dejaste.

No sabes como desearía volver a aquel 30 de junio y haberme despedido de ti. Haberte abrazado, haberte dado un beso, haberte dicho que todo iba a salir bien, que no ibas a sufrir, que ibas a irte a un lugar precioso, con tus padres, con el abuelito, con Claudia. Como desearía haber estado a tu lado cuando cerraste los ojos, cuando te fuiste. Como desearía no haberme despertado la mañana del 30 de junio sabiendo que ya nunca más volverías a llamar por teléfono y a no reconocer mi voz. Que nunca más volverías a cocinar la cena de Navidad. Que nunca más me reñirías por decir palabrotas.

No he vuelto al cementerio desde el día en que te dejamos allí. No he sido capaz. No he sido lo suficientemente valiente como para ponerme frente a tu tumba y decirte lo mucho que te echo de menos. Porque eso significaría darme cuenta de que allí estás tú. En algún lugar, encerrada. En algún lugar, lejos de mí. Un lugar del que nunca volverás.

Sólo espero que, si de verdad existe un cielo, si de verdad estás ahí arriba, cuidándome, vigilándome, nunca me abandones. Que de vez en cuando, cuando yo esté dormida, bajes a darme un beso. Y yo lo sabré, sabré que has estado a mi lado, sabré que bajaste de aquel sitio, que volviste a mi lado, aunque solo fuera un segundo. Y que en realidad nunca me abandonaste.

Te quiero muchísimo. Y te echo de menos cada día.