Era de noche ya y hacía frío, mucho frío. Ese frío de invierno, que te congela hasta la punta de los dedos, que te hace temblar y desear beberte una taza de chocolate caliente. Pero no temblaba por eso. Sentada en aquel banco, mientras las hojas de los árboles querían decirme algo pensaba en él. Y en todo lo que había pasado. O en lo que no había pasado. En lo que nunca pasaría. Definitivamente pensaba en él. Y cada vez que lo hacía, ese frío invernal se metía dentro de mí y me hace estremecerme, ponía mis pelos de punta y hacía que tuviera más ganas de encerrarme en mi habitación y no volver a salir nunca. Pero estaba allí, a miles de quilómetros de mi casa, frente a su casa, perdida en la gran ciudad, con poco dinero en el bolsillo y demasiadas esperanzas en el corazón. Aquello había sido una locura. Una de tantas ,claro, pero no me iba a echar atrás, no ahora. Busqué su nombre en la agenda del móvil y llamé. Vi como se encendía una luz en la casa. Mi corazón dio un vuelco.
- ¿Diga?
Contestó al teléfono como lo recordaba. Tan natural, tan espontáneo, con aquella simpatía natural y con aquella voz tan dulce. Me quedé callada al otro lado, sin saber qué decir.
- ¿Hola? ¿Hay alguien?
No sabía qué decir, qué hacer. Cómo reaccionaría él, cómo lo haría yo…
- Si esto es una broma no tiene ninguna gracia, así que voy a colgar…
- ¡No cuelgues!
Reaccioné sin pensar. Y ya no había vuelta atrás.
- ¿Quién es? –noté la inquietud en su voz.
- Soy yo. –esperaba que reconociese mi voz.
Se hizo el silencio al otro lado del auricular. Oí el jadeo de un risa y entonces noté como volvía al teléfono.
- Perdona, es que no escuchaba nada y me he enfadado un poco. ¿Cómo es que me llamas por teléfono? Habría sido mejor hablar por chat.
- No puedo usar el chat. No estoy en casa. Y necesitaba decirte algo muy importante.
- ¡Eh, no me digas que al final vas a venir! ¡Será genial, quiero enseñarte toda la ciudad!
- Ya estoy aquí.
Mi voz sonó asustada, pero segura. En el momento en que lo dije quise volver a atrás, pero sabía que ya era imposible. Tenía que decírselo. Era ahora o nunca.
- ¿Quieres decir aquí en la ciudad? ¡Cómo no me lo habías dicho! ¿Hace mucho que llegaste? ¡Oh, estoy deseando verte!
- Mira por la ventana.
- ¿Qué mire por la ventana? ¿Qué quieres decir…?
Su frase quedó inconclusa cuando me vio en la calle. Su cara de sorpresa no era mayor que la mía de asustada.
- Por favor, no cuelgues, y no salgas, sólo quiero decirte algo y me iré.
Vi su expresión de sorpresa se iba haciendo mayor pero aún así asintió y no dijo nada.
Me quedé sin aliento y noté como se me formaba un nudo en la garganta. No era capaz de mirarle. No quería ver la burla en su cara, la sensación de haber hecho el rídiculo. Colgué el teléfono y di media vuelta. De repente noté como sobre mí empezaba a llover, y pensé en la ironía del momento, de cómo el cielo lloraba en mi lugar. Entonces note una mano agarrándome, haciéndome dar la vuelta y le vi delante de mi, tan guapo como lo recordaba, empapado por la lluvia y mirándome con aquellos ojos que tanto había echado de menos. Y de repente me besó, después de tres meses de noches en vela, de lágrimas y de dolor, me besó y me sentí la persona más feliz del mundo.
Y siguió lloviendo toda la noche, pero, si en aquel momento, el cielo lloraba, no eran lágrimas de tristeza, sino de alegría.
No hay comentarios:
Publicar un comentario