"Para ti, que llegaste de repente y cambiaste el argumento de esta historia y el de mi vida."

miércoles

Había ensayado aquella situación millones de veces en mi cabeza. Y en todas yo salía ganando. Pero después de dos años, había olvidado lo débil que me volvía cuando él me miraba con esos ojos azules. Estaba más alto, incluso parecía ya un adulto, se había cortado el pelo, de forma que ya no le caía en bucles a ambos lados de la cara, estaba moreno, y sonreía. Pero había algo que no había cambiado: sus ojos. Eran tal y como los recordaba. Azules y pequeños, con forma de avellana, con sus largas pestañas y brillando de aquella forma tan especial. Y allí estaba yo, de la manera que nunca hubiera deseado que me viera: sola, con chándal, gafas y un moño mal hecho. Cuando le vi torcer la esquina, mi corazón se olvidó de latir durante unos segundos. Unos segundos en los que ambos nos miramos, entre sorprendidos y contentos, unos segundos en los que, todos aquellos recuerdos empezaron a volver a mi cabeza en tropel, a toda prisa, queriendo recordarme que seguían escondidos en algún lugar de mi corazón. Y cuando estuvimos el uno frente al otro, nada de aquello importó. No dijimos nada, y él siguió caminando, rozando su brazo contra el mío, haciendo que cada fibra de mi cuerpo temblase, dejando que aquel perfume me embriagase, dejándome paralizada, sin saber qué hacer o decir. Pero siguió caminando, no paró, no dijo nada, ninguna palabra que pudiera hacernos pensar que volveríamos a mirarnos como en aquellas tardes de verano, ninguna señal que me hiciese pensar que en aquellos ojos azules aún había un brillo que era para mí. Y caminó, sin parar, dejándome allí, sola, con el corazón hecho pedazos, con las lágrimas cayendo de mis ojos y rodando por mis mejillas, y con aquel sentimiento aún latente. Y me maldije a mí misma por no haber aprendido a dejar de quererle.

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