"Para ti, que llegaste de repente y cambiaste el argumento de esta historia y el de mi vida."

domingo

Eran las doce de la mañana cuando la puerta de la cafetería se abrió. Levanté la mirada de mi ordenador y, como cada miércoles a las doce de la mañana, mi corazón se olvidó de latir. Un chico alto y esbelto entró en la cafetería; llevaba aun abrigo de pana negro con las solapas levantadas para protgerse del frío Diciembre que azotaba las ventanas. Echó un vistazo a la cafetería buscando un sitio en el que sentarse. Cuando sus ojos recorrieron mi mesa, me lanzó un sonrisa y levantó la mano en forma de saludo. De repente, mi corazón aceleró el pulso y noté como mis mejillas enrojecían. Sonreí y le saludé con la cabeza.
Se dirigió hacia su sitio mientras mi mirada le seguía, recorriéndole de arriba abajo, recordando aquellos momentos que, diez años atrás habíamos pasado. Todavía me dolía pensar en aquel verano que habíamos pasado juntos, el mejor verano de mi vida, el verano en el que me había enamorado por primera vez.
Cuando se sentó, una de las camareras se le acercó y el le pidió lo de siempre: café con leche y napolitana. La camarera, alta, rubia y llena de curvas, no dejó de lanzarle insinuantes miradas, pero él parecía no inmutarse. Como siempre, sacó su ordenador y, al cabo de dos minutos, parpadeó en mi portátil el chat. Volvíamos al juego de cada miércoles.
- ¿Qué te pasó el miércoles pasado? Te eché de menos... - Me escribió.
Se me encogió el corazón. Mi padre había muerto hacía una semana, y por eso había faltado a nuestra "cita" de siempre.
- No me pasó nada -tecleé- simplemente no me apetecía venir.
- No me lo creo.
"No quiero que lo hagas." pensé. Me di la vuelta para mirar hacia su mesa. Él hacía lo mismo. Me miraba sonriendo, con aquella sonrisa que tanto me gustaba y que aún seguía grabada en mi mente a fuego. Su pelo estaba más corto y más oscuro, debido a la falta de sol, pero aún conservaba sus divertidos rizos de color rubio. Y sus ojos... aquellos ojos azules que se clavaban en los míos y que me hacían perder el control. Aquellos ojos azules en los que tantas noches me había perdido. Los ojos azules de los que me había enamorado con diecisiete años y que, diez años después, aún imaginaba que estaban a mi lado.
Volví a mi ordenador, intentando disimular el dolor que me producía recordar lo intenso que podía ser el amor de dos jóvenes de diecisiete años.
Diecisiete años... El verano de 2009, mi último campamento de verano. Lo recordaba como si hubiera sido ayer. Le conocí la primera mañana, mientras estábamos en la playa haciendo las pruebas de natación. Sentados en la arena, empezamos a hablar. Era simpático, muy simpático. Siempre bromeaba, y no sé que tenía, pero siempre conseguía sacarme una sonrisa. Y no sólo eso, sabía escuchar. En un mes fue la persona que más me ayudó y escuchó. Siempre aconsejándome bien, siempre intentando ayudarme, y siempre con esa sonrisa dibujada en su cara.
Sólo había sido un mes, pero había sido un mes maravilloso, nuestro mes, nuestro verano, nuestro primer amor de verano. Una relación efímera, pero intensa, llena de besos, caricias y abrazos pero también de discusiones que, al final, siempre acababan en otro beso. Un amor de dos adolescentes.
Mis ojos se empañaron y parpadeé para contener las lágrimas. No había dejado de quererle. En esos diez años, ni un día había dejado de pensar en él. No había olvidado aquellas frases que, escondidos entre las sábanas nos habíamos susurrado; no había olvidado las tardes tumbados en la arena, mirándonos el uno al otro, sin decir absolutamente nada; no había olvidado que había sido el primer chico del que me había enamorado, porque le había querido demasiado...
Había sido la persona más importante para mi durante mucho tiempo pero ahora... Ahora ya no era nadie para mi. Cerré mi ordenador, saqué el dinero y lo dejé sobre la mesa. Me levanté de mi sitio y, sin mirar atrás salí de la cafetería.
En la calle llovía y el viento azotaba con fuerza en los cristales de todos los locales. Respiré profundamente y me eché a caminar. Cuando llegué al final de la cristalera de la cafetería, eche una mirada al interior de la cafetería. Desde su sitio, me miraba con sus ojos azules, interrogante. Le sonreí y él hizo un amago de levantarse, pero negué con la cabeza.
Ya se había acabado. Ya no volverían los miércoles a las doce, ni el verano del 2009, ni los ojos azules... Le dije adiós con la mano y seguí caminando, sin mirar atrás, para olvidar, por fin, aquello que ya nunca volvería a ser.

3 comentarios:

  1. Meeeeeeeee flipa! ya tienes una seguidora más!

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  2. oooooohhhh de este me he enamorado TT

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  3. Escribes muy bien, ha sido precioso. Triste pero con el fondo lleno de esperanza.
    ¿te gustaría que pasara esto? joder, como te entiendo, al final, cuando todo acaba, te alegras y hasta te da un poquito de vergüenza haberlo pasado tan mal.

    Un beso.

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