Tiempo.
Más tiempo.
Es lo que necesitaba. Sólo un poco más. Quizás otros 145 días.
Incluso menos. O más. Pero no mucho más. Sólo necesitaba tiempo. Tiempo para
pensar. Tiempo para ordenar mi cabeza. Tiempo para entender lo que me pasaba.
Tiempo para recomponer mi corazón. Era lo que necesitaba. Y cuando pensé que
podía olvidar que algo dentro de mí me grita “ve por él”, apareces de nuevo.
Aparecer de nuevo y de la forma menos indicada. Apareces por sorpresa, sin
avisarme, sin darme tiempo a aclarar mis ideas, a pensar una respuesta, una solución.
No me has dado el tiempo suficiente para poder olvidarte. Y aún encima, haces
eso. Volver como si nada. Como si nos hubiéramos visto hace unas horas. Como si
las cosas no hubieran cambiado en 145 días. Como si no me hubiera pasado 145
días esperando que volvieses. Como si no hubiese pensado 145 noche en ti. Como
si esos 145 días en los que tú cambiaste no me hubieran cambiado.
Sólo necesitaba otros 145 días más para sacarte de mi
cabeza. Pero sobre todo, necesitaba otros 145 días para sacarte de mi corazón.
Y ahora ya es demasiado tarde.
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