"Para ti, que llegaste de repente y cambiaste el argumento de esta historia y el de mi vida."

viernes


La noche se fue haciendo más y más oscura y más y más fría. Notaba mis dedos completamente congelados y mi nariz estaba roja del frío. Pero seguía allí esperando. Durante horas. Una, dos, tres… Y seguían pasando, y seguía esperando.  Notaba como me iba quedando más y más fría, y como se me iban cerrando los ojos. Notaba que las fuerzas se me iban y lo único que deseaba en aquel momento era llorar y dormir. Llorar toda la noche, dormida, soñando, despierta… Pero tenía que esperar. Aún podía llegar. Esperé una hora más, y otra, y otra… Y cuando me di cuenta de que no iba a venir, intenté levantarme, y noté mi cuerpo muy débil, no tenía apenas fuerza en las piernas. Me apoyé en el banco en el que estaba sentada y contuve las lágrimas.

 ¿Cuánto tiempo llevas esperando?

Escuché su voz y me sobresalté. Levanté la cabeza y allí estaba, sentado a mi lado, con las manos metidas en los bolsillos, mirándome con una sonrisa pícara. Le lancé una mirada furiosa e intenté levantarme, pero estaba completamente congelada, y tuve que sentarme en la esquina del banco, dándole la espalda, intentando recuperar las fuerzas.

- Sólo cinco meses, no pasa nada. Puedo esperar cinco más.

Lo dije dolida, porque era como me sentía. Dolida. Enfadada. Triste. Él se acercó a mi y apoyó su espalda contra la mía.

 Pensaba que habíamos quedado hace unas horas. – dijo en tono divertido.

Pero todo aquello no tenía ninguna gracia. No para mí. Estaba harta de él, de sus juegos sin sentido, de sus indirectas, de sus tonterías de niño pequeño. No iba a volver a la adolescencia por un chico. No otra vez. Me levanté bruscamente y caminé unos pasos hasta que mis piernas, congeladas, me obligaron a parar. Las lágrimas empezaron a salir de mis ojos. Intenté mantener el equilibrio, pero apenas tenía fuerzas. Debía haber una temperatura bajo cero, y llevaba demasiadas horas soportándola. No fui capaz de aguantar y caí al suelo, de rodillas. Empecé a llorar, cada vez más y más. No podía parar. No era capaz. Me dolían las piernas, las manos, la cabeza… y sobre todo me dolía el corazón. No podía soportarlo más, no quería soportarlo más.

De repente, noté como un brazo me rodeaba y como apoyaba mi cuerpo sobre alguien. Levanté la cabeza y ahí estaba él.

- Eres tan tonta. No tenías porque esperarme. Yo nunca te pedí nada, no creo ni siquiera que insinuase nada… - no terminó la frase.

- Tú lo has dicho – dije mientras me secaba las lágrimas- soy tonta, y por eso lo he hecho.

Entornó los ojos y me miró. Me miró de una manera que nunca lo había hecho. De una forma que hizo que se me parase el corazón, que hizo que cada fibra de mi cuerpo temblase, que me hizo tener unas ganas terribles de echar a correr.

 Me alegro tanto de que me hayas esperado.

Acercó su cara lentamente a la mía y apoyó su frente contra la mía. Podía notar su cara también congelada, sus mejillas húmedas, podía notar lo nervioso que estaba.

- Te quiero. Te quiero tanto. Te quiero desde hace más de cinco meses. Lo he sabido desde hace mucho, pero soy un tonto, yo sí que lo soy, un tonto y un cobarde, que no ha tenido el valor de decirte lo que siento por miedo a lo que pudiese pasar. Pero quiero que lo sepas. Quiero que sepas que te quiero como nunca he querido a nadie. Y que voy a estar aquí siempre. Sujetándote, apoyándote, ayudándote. Aunque tú no me necesites.

No me había dado cuenta de que había empezado a llorar otra vez hasta que él acercó sus labios a los míos y me besó. Y en ese momento supe que yo también le había querido desde hace mucho tiempo.

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