Cerré los ojos. Inspiré profundamente. Y me dejé llevar. Me
fui volando sobre el mar, atravesando el cielo, revoloteando entre las nubes,
dejando que el viento azotase mi cara. Y finalmente, dejándome caer sobre la
arena. Allí tumbada, notaba como el agua me mojaba los pies, arriba y abajo.
Estiré los brazos y tomé aire. Era la sensación de libertad. Abrí los ojos y el
sol me deslumbró, me incorporé levemente y divisé a alguien en el mar. Fue
saliendo poco a poco del agua. Y poco a poco le fui reconociendo. El agua le
caía por el torso desnudo, sus rizos estaban mojados y aunque no se veía, el
azul de sus ojos era tan claro como el del mar o el cielo. Se sentó a mi lado y
apoyó su mano sobre la mía, apretándola suavemente. No dejé de mirar al
horizonte cuando noté como él se acercaba a mí. Con suavidad, me apartó el pelo
de la cara y me besó en la mejilla. No le miré. No quería que aquella sensación
tan placentera desapareciese.
-
Mírame, por favor. – su voz sonó suplicante.
Me resistí y aparte mi mano de la suya. Se acercó más a mí,
pasando su brazo por mi cintura y apretándome contra él. Pude notar como me
mojaba, pude notar su respiración en mi oreja, notaba su pecho en mi brazo, y
olía su perfume entremezclado con el olor del océano. Volvió a besarme en la
mejilla.
-
Mírame, por favor, mírame. – noté como su voz
estaba contenida.
Negué con la cabeza e intenté apartarme de él, pero me
sujetó con fuerza y, con el otro brazo, me tiró sobre la arena, al tiempo que
se tumbaba sobre mí. Cerré los ojos con fuerza, evitando mirarle a los ojos.
Noté su aliento sobre mi cara, como poco a poco se iba acercando a mi, hasta
que su boca quedó a apenas un centímetro de la mía.
-
La última vez, por favor.
Y no pude resistirlo. Abrí los ojos y volví a caer otra vez
en aquel mar de sentimientos. Se acercó y me besó, no con furia, ni con pasión,
simplemente con un sentimiento que nunca antes había habido en aquellos labios:
con amor.