"Para ti, que llegaste de repente y cambiaste el argumento de esta historia y el de mi vida."

martes

Abrí los ojos lentamente. Una luz blanca me cegó. Parpadeé un par de veces hasta que, por fin, me acostumbré. Estaba acostada en una cama que no conocía, en una habitación que tampoco conocía y a mi lado, sentado en una silla estaba él. Dormía profundamente. Sus brazos estaban sobre la cama, y su cabeza apoyada en ellos. Alargué mi mano para acariciarle el pelo. Se revolvió en sueños, pero no se despertó. Deslicé mi mano hasta apoyarla sobre su mejilla: tenía la piel muy fría. Le miré enternecida. ¿Cuánto tiempo debía de llevar a su lado?
Con cuidado le cogí la muñeca izquierda, en la que llevaba un reloj, y miré la fecha: lunes. Habíamos tenido el accidente el domingo por la mañana. Suspiré y me acomodé en la cama, sin soltar su mano.
Habíamos quedado para vernos, después de diez meses sin tener noticias el uno del otro. Cuando le vi al otro lado de la calle, no pensé en nada. Sólo pensé en él, en sus ojos azules, en su sonrisa, en sus rizos de color trigo, en su perfume… Crucé la calle, sin mirar si venía algún coche. Y lo único que recuerdo es el sonido de un claxon, sus ojos azules atemorizados y un fuerte golpe.
Examiné mi cuerpo, pero sólo encontré un par de moratones en las piernas y un corte en el brazo. ¡Qué suerte había tenido!.
De repente, alguien agarró mi mano. Giré la cabeza y le vi. Había despertado. Me miraba fijamente, con sus ojos azules empañados en lágrimas. No tuve tiempo de reaccionar; se tiró sobre mí y me besó. Nunca me había sentido así, tan viva, tan contenta, con tantas ganas de vivir. Eran aquellos besos suyos, no había duda.
Cuando nos separamos, él seguía llorando. Le miré fijamente. Tenía la cara muy pálida, blanca como el papel, unas ojeras muy marcadas y una expresión de dolor que me asustó. Me incorporé y le abracé. Él hundió su cabeza en mi pecho y comenzó a sollozar.
- Ey, estoy bien, ¿ves? No ha pasado nada, todo va a salir bien, estamos juntos, por fin –le dije cariñosamente.
Pero él no paraba de llorar. Y cada vez con más ganas, con más angustia, con más dolor. Le cogí el rostro con ambas manos y le obligué a mirarme. Pero de pronto, noté como si, entre mis manos, no hubiera nada más que aire, sólo era una sensación, sentía su piel en mis palmas, pero no lo podía tocar.
Sus ojos azules me miraron.
Lo siento, lo siento mucho… Lo hice para salvarte. Te vi allí, en medio de la carretera, ese camión enorme yendo hacia ti… Sólo quería protegerte y sin embargo… -su voz se quebró.
Y, de repente, lo entendí todo. Yo estaba sana y salva. Y lo estaba porque él había arriesgado su vida para salvar la mía.
Sentí como mi corazón se rompía en mil pedazos, e intenté retenerle a mi lado. Pero su imagen se iba difuminando cada vez más.
- Te quiero mucho –su voz sonó lejana, casi como el sonido del viento-. Adiós.
Y entonces, se fue. Ya no estaba a mi lado. Su imagen desapareció y sólo sentí en mis manos el rastro de su tacto, de su piel, de aquel perfume. Y cerré los ojos, y vi sus ojos azules mirándome. Y, entonces, me dormí para siempre, con aquella mirada del color del cielo a mi lado.

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